Ataque Cerebral
ATAQUE CEREBRAL
Cada cuatro minutos se produce uno de estos eventos súbitos, que provocan la muerte en el 10 a 20 % de los casos. Afectan a unos 126.000 argentinos por años y son la primera causa de discapacidad permanente.
Qué es?
Los accidentes cerebrovasculares (conocidos como ataque cerebral, ACV o stroke) son el resultado de una alteración de la circulación sanguínea en el cerebro. Afectan más a hombres que a mujeres y se dan con más frecuencia después de los 60 años.
Básicamente, se distinguen dos tipos de ataque cerebral, de acuerdo con el mecanismo que lo genera: los isquémicos y los hemorrágicos.
Los ataques isquémicos se producen cuando hay alguna interrupción en la irrigación de sangre, lo que impide la llegada de oxígeno y nutrientes a las neuronas. Esto puede pasar como consecuencia de una embolia (un coagulo producido en otra parte del cuerpo, generalmente el corazón, que llega al cerebro y queda atrapado en una arteria cerebral) o de una trombosis (un coagulo que crece adherido a una arteria cerebral y la obstruye, impidiendo el flujo sanguíneo).
El depósito de placa de colesterol (arterioesclerosis) puede también disminuir la luz de las arterias cerebrales, y provocar una isquemia cerebral. Algunas son transitorias, los síntomas desaparecen al cabo de una hora sin dejar déficits. Pero muchas otras isquemias dejan secuelas neurológicas que exigen rehabilitación cognitiva, del lenguaje y kinesiológica.
Como ocurre también con el corazón, la isquemia cerebral provoca un infarto que mata algunas neuronas de un área del cerebro y pone al borde del colapso a otras. Durante el periodo de penumbra o ventana, es posible intervenir con fármacos anticoagulantes y compuestos neuroprotectores para revertir la situación o limitar lo más posible el daño cerebral.
Si bien el 80% de los ataques cerebrales son isquémicos, en el 20% de los casos hay una ruptura de una arteria que produce un derrame de sangre en los alrededores. La hemorragia suele ser producto de un aneurisma, un lugar delgado en la pared de una arteria que se hincha como un globo por la elevada presión arterial. En un momento determinado el aneurisma se rompe y provoca el sangrado, que no solo perturba la llegada de oxígeno a las neuronas sino que también altera el equilibrio químico que necesitan para funcionar.
Las malformaciones congénitas de los vasos sanguíneos cerebrales y las placas de colesterol depositadas en las arterias también pueden romperse y causar un ataque.
La hemorragia puede afectar el interior del cerebro o producirse debajo de las meninges, en el espacio lleno de líquido cefalorraquídeo que separa las membranas del cerebro (hemorragia subaracnoidea o subdural). La acumulación de sangre genera un hematoma y puede aumentar la presión intracraneal, comprimiendo el cerebro dentro del cráneo y agravando el daño.
Según la zona afectada, el paciente experimentara una alteración en una función cognitiva o en una parte del cuerpo. Las consecuencias de un ataque pueden ir desde dificultad para hablar o entender palabras y la parálisis de una mitad del cuerpo (hemiplejia) hasta una debilidad en una extremidad, alteraciones en los gestos faciales o problemas para tragar la comida. Las secuelas físicas aparecen en el lado opuesto del cuerpo que padeció la isquemia o hemorragia.
Es fundamental estar alerta a los síntomas para iniciar rápidamente un tratamiento. Cuanto antes se inicia, más probabilidades existen de limitar las secuelas.
La rehabilitación suele ser exitosa para tratar muchos de los déficits neurológicos y los problemas emocionales (depresión, ira, angustia) que sobrevienen tras un ataque. De todos modos, 25% de las personas que sufrieron un ataque cerebral vuelve a tener otro en los siguientes cinco años.
Qué es?
Los accidentes cerebrovasculares (conocidos como ataque cerebral, ACV o stroke) son el resultado de una alteración de la circulación sanguínea en el cerebro. Afectan más a hombres que a mujeres y se dan con más frecuencia después de los 60 años.
Básicamente, se distinguen dos tipos de ataque cerebral, de acuerdo con el mecanismo que lo genera: los isquémicos y los hemorrágicos.
Los ataques isquémicos se producen cuando hay alguna interrupción en la irrigación de sangre, lo que impide la llegada de oxígeno y nutrientes a las neuronas. Esto puede pasar como consecuencia de una embolia (un coagulo producido en otra parte del cuerpo, generalmente el corazón, que llega al cerebro y queda atrapado en una arteria cerebral) o de una trombosis (un coagulo que crece adherido a una arteria cerebral y la obstruye, impidiendo el flujo sanguíneo).
El depósito de placa de colesterol (arterioesclerosis) puede también disminuir la luz de las arterias cerebrales, y provocar una isquemia cerebral. Algunas son transitorias, los síntomas desaparecen al cabo de una hora sin dejar déficits. Pero muchas otras isquemias dejan secuelas neurológicas que exigen rehabilitación cognitiva, del lenguaje y kinesiológica.
Como ocurre también con el corazón, la isquemia cerebral provoca un infarto que mata algunas neuronas de un área del cerebro y pone al borde del colapso a otras. Durante el periodo de penumbra o ventana, es posible intervenir con fármacos anticoagulantes y compuestos neuroprotectores para revertir la situación o limitar lo más posible el daño cerebral.
Si bien el 80% de los ataques cerebrales son isquémicos, en el 20% de los casos hay una ruptura de una arteria que produce un derrame de sangre en los alrededores. La hemorragia suele ser producto de un aneurisma, un lugar delgado en la pared de una arteria que se hincha como un globo por la elevada presión arterial. En un momento determinado el aneurisma se rompe y provoca el sangrado, que no solo perturba la llegada de oxígeno a las neuronas sino que también altera el equilibrio químico que necesitan para funcionar.
Las malformaciones congénitas de los vasos sanguíneos cerebrales y las placas de colesterol depositadas en las arterias también pueden romperse y causar un ataque.
La hemorragia puede afectar el interior del cerebro o producirse debajo de las meninges, en el espacio lleno de líquido cefalorraquídeo que separa las membranas del cerebro (hemorragia subaracnoidea o subdural). La acumulación de sangre genera un hematoma y puede aumentar la presión intracraneal, comprimiendo el cerebro dentro del cráneo y agravando el daño.
Según la zona afectada, el paciente experimentara una alteración en una función cognitiva o en una parte del cuerpo. Las consecuencias de un ataque pueden ir desde dificultad para hablar o entender palabras y la parálisis de una mitad del cuerpo (hemiplejia) hasta una debilidad en una extremidad, alteraciones en los gestos faciales o problemas para tragar la comida. Las secuelas físicas aparecen en el lado opuesto del cuerpo que padeció la isquemia o hemorragia.
Es fundamental estar alerta a los síntomas para iniciar rápidamente un tratamiento. Cuanto antes se inicia, más probabilidades existen de limitar las secuelas.
La rehabilitación suele ser exitosa para tratar muchos de los déficits neurológicos y los problemas emocionales (depresión, ira, angustia) que sobrevienen tras un ataque. De todos modos, 25% de las personas que sufrieron un ataque cerebral vuelve a tener otro en los siguientes cinco años.